Todo comienzo es difícil, todo nacimiento es engorroso. 2oo años es muy poco tiempo en el contexto de la historia de las naciones. Los pueblos trazan su destino de gloria a través de muchos siglos en el manto infinito del destino universal. La ARGENTINIDAD se está gestando, la nación se está consolidando a pasos seguros y concretos. Los desencuentros no deseados no son otra cosa que los resultantes de fuerzas en pugna por ostentar el cetro del político poder. Afianzar un criterio definitivo, trazar de una vez y para siempre una bisectriz evolucionante que nos permita crecer en libertad y armonía es el desafío que aún persiste. Quiera DIOS guardarnos de los fundamentalismos ideológicos, que lejos de ser producto de profundas convicciones, más bien son fruto de la intemperancia y de estrechez intelectual. Una pesada carga de escepticismo aún persiste de parte de un variado grupo de individuos que reflejan sus propias frustraciones y miedo, actuando como un verdadero lastre social. Ellos están llamados a la conversión espiritual que los llevará a ser parte activa de la Argentina que se está gestando minuto a minuto. La identidad de un país no necesariamente debe medirse por el oro abarrotado en sus arcas. Muchos países son ricos por haber saqueado a otros pueblos fusil en mano; poco más que ladrones furtivos de la vida y esperanza de los más necesitados. No deseamos las riquezas así obtenidas. Nuestra impronta como argentinos es la que trazó el general San Martín, quien desembarcó en otras playas para liberar pueblos y no para esclavizarlos. Ese debe ser nuestro horizonte, el del estoicismo y la entrega para forjar una sola nación sudamericana. La patria de Juan Manuel de Rosas que jamás se arrodilló ante las potencias extranjeras, la patria de Juan Perón que planteó nuestra inquebrantable tercera posición doctrinaria. Argentina, 200 años, ¡recién un comienzo!...
Máximo S. Luppino
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