miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 EL ESCUDO DE LA VIRTUD, LA ESPADA DE LA VOLUNTAD


El ejercicio de la virtud es el sendero ineludible que nos conduce al bello jardín de la espiritualidad. El pensamiento virtuoso es el que posee ideas límpidas y desinteresadas que, como consecuencia inalterable, devendrán en acciones positivas y fraternales. La devoción por la virtud nos libera del los vicios. En este sentido, recordamos una célebre sentencia del gran filósofo Chino Confucio que dice:   “¡Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos!”. La consagración nuestra para con la acción virtuosa nos protege de los males de la holgazanería y el egoísmo.
Comprendemos como virtud aquellas acciones conscientemente positivas y correctas para el desarrollo intelectual y espiritual de nosotros mismos al servicio de la humanidad. Es la virtud el perfeccionamiento de cualidades éticas que nos permiten enaltecernos como individuos dignos de un alma generosa.
En la lucha por perfeccionarnos y abrirnos camino en el sendero del progreso, la virtud es un incomparable escudo y la voluntad un filosa espada. Todo esto subordinado a una disciplina constantemente espartana de ser nosotros mismos la pequeña blanda gota de agua que golpeando una y otra vez perfora la dura piedra de la necedad humana. 
Cuando más dificultad se nos avecinan, más introspectivos nos volvemos, ya que en nuestro interior fluye el manantial dinámico de nuestras propias fuerzas. Entonces, en vez de ceder y darnos por vencidos, nos aferramos fuertemente a nuestras convicciones y nos lanzamos al campo de batalla, espada en mano, para luchar por nuestra historia y principios. En nuestra sangre laten vivas las victorias pasadas, los combates ya dados, reposa en nuestra mente las colinas ya conquistadas. Entonces una y otra vez nos arrojamos a la dura contienda, conscientes de que daremos digna lucha hasta derribar toda dificultad. Sabemos que abundantes serán los tropiezos y las piedras que intentarán bloquear nuestro derrotero, pero uno a uno serán sorteados todos los escollos.
Sabemos de las grandes dificultades, pero sólo concebimos en nuestra alma el triunfo y la gloria final. Las horas reclaman dinamismo; el viento libre hace ondear dichosa nuestra bandera. Verla danzar orgullosa en lo alto de nuestros mástiles nos llena de emoción. La adrenalina parece un rio bravo y apenas controlado en su curso que corre velozmente hacia el infinito mar.
Practicar el bien hacia toda la humanidad es el objetivo. Buscar enaltecernos con la práctica de la abnegación es correcto. Compartir con todos los perfumes de las flores y los colores del arcoíris en una dichosa obligación.  Sin olvidar jamás que: “¡La victoria ama a los preparados!” así es que la vida toda es un gran entrenamiento en el arte de persistir y aprender a amar la existencia infinita.
Mientras, una breve licencia nos asalta y, apasionados por la belleza de la verdad, caminamos dando gracias a DIOS por la oportunidad que nos da de poder luchar para poder ser mejores personas.

              Máximo Luppino

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