miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 ENTRE AUTITOS CHOCADORES Y LA VUELTA AL MUNDO


Pensamos que la perfección existe. Sentimos que la humanidad toda marcha en pos de ese magno objetivo. El hombre desde su morada en las húmedas y oscuras cavernas hasta los estelares  viajes espaciales, ha transitado un azaroso camino ascendente de laboriosa auto-superación. Los pequeños ladrillos construyen grandes edificios.  Los episodios cotidianos conscientes forjan el carácter final de un individuo. Recordamos que cuando niños visitábamos los parques de diversiones y felices participábamos de los distintos juegos y atracciones. Para ese entonces, un deleite aparte para nosotros era jugar con los autitos chocadores. Subíamos apasionadamente al cochecito eléctrico  y nos brindábamos una serie interminable de embestidas y topetazos. Uno tras otro desencadenábamos colisiones que eran un deleite de excitación. Sacudidas, impactos y programados sobresaltos desencadenaban gritos y risas con recuerdos que se prolongaban muchos días después. También reinaba maravillosamente en los viejos parques  la vuelta al mundo con su inmensa estructura circular que se elevaba en la atmósfera festiva de dichosas tarde-noches con reminiscencias de familias paseando con grata distención.

Los autitos chocadores eran impacto y sacudones, empujones con carreras. En cambio, la vuelta al mundo trasuntaba en sí misma una enseñanza extra. Es la rueda gigante que sube hasta lo más alto, los chicos alzaban las manos como pretendiendo acariciar las estrellas. Desde lo alto, aparecía ante nuestra mirada un paisaje distinto, imágenes contempladas desde otra perspectiva,   desde una óptica enaltecida y  glorificada. Paso a paso, la rueda seguía girando y emprendíamos el descenso. Mientras nosotros bajábamos, otros subían. Todos sabíamos que la rueda gira sin cesar, así es que cualquiera fuera la posición que tuviéramos  comprendíamos que la esfera nos movía de un lugar a otro. El destino que nosotros mismo trazamos se asemeja a aquella vuelta al mundo que entreteniéndonos nos insinuaba cómo iban a ser nuestros años venideros. Aquel gran entretenimiento parecía arrullarnos  con dulzura susurrándonos enseñanzas de vida. Tanto en lo alto como en lo bajo, todo pasa, todo está en tránsito continuo.  La vida se asemeja a un juego que nos cuesta jugar bien.

Ya hombres con nieves en la sien recordamos más a la querida vuelta al mundo, ya que la encontramos emparentada con el destino de la humanidad en sus depresiones como en sus alturas. Vemos con melancolía a algunos compañeros que siguen jugando a los “autitos chocadores”. Pretenden manejarse en la vida a los empujones. Se relacionan a través de los impactos y las embestidas. Este proceder es incorrecto, el que desplaza y sacude constantemente un día es zamarreado drásticamente por las tormentas del destino generadas por imperio de la ley de causación.  Ayudaremos, paso a paso, a que estos hermanos disfruten de entretenimientos más pacíficos  y contemplativos. Siempre, la dulce  amabilidad obtuvo más benignos resultados que el tosco garrote. Existen quienes valoran los abultados rosales más por las espinas que por las hermosísimas flores. El tiempo es el gran alquimista que trasmuta al bruto cavernícola en sutil poeta.
Entre los autitos chocadores y la vuelta al mundo tal vez exista una analogía con el concepto de Perón que hace culto a la persuasión como método de conducción política. El diálogo como método de relacionarse con nuestros semejantes. ¡Bájate del autito, subite a la rueda!...

                                                                         Máximo Luppino

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