miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 EL PODER MUTILA LA INOCENCIA


En pocas horas más, el pueblo de la Nación Argentina concurrirá masivamente  a las urnas. Así podrá elegir libremente a sus  legítimos  representantes. Son momentos trascendentes, únicos, casi sublimes; el dictamen de las mayorías trazará un rumbo político concreto y definido. Una constelación de voluntades reflejarán sus renovados anhelos, sus vivificadas esperanzas, otra vez renacerá la fe en un futuro colectivo mejor. Cuando se abran las urnas y su veredicto repercuta en el ánimo de la sociedad, nos reconoceremos una vez más como un cuerpo espiritual e indisoluble que marcha hacia un destino común.

 Todas las expresiones son valiosas por igual, pero, ay, las mayorías marcaran el paso. Se caen las absurdas teorías de los estrategas de café. Se diluyen las teorías bochornosas sobre los engaños y las trampas, sólo la verdad popular brillara con diamantina sencillez. Los no favorecidos se preguntarán: ¿Por qué?, ¿qué sucedió?, lucharán contra el desánimo, y al otro día comenzarán nuevamente a intentar trepar la colina del poder. Los agraciados por el silencioso sufragio estallarán en euforia incontenible, sentirán que merecen cada gramo de ese banquete de éxito, que les parecerá infinito, interminable, más dulce que el más celestial néctar saboreado por mortal alguno. Vencedores y vencidos quedarán atrapados en los emocionales grilletes de las deidades del triunfo y de la derrota. Pero, esto que a unos y otros embargará de fuertes sentimientos tendrá también su fin conforme el implacable reloj del tiempo marque los dictatoriales e inevitables momentos por vivir.

 El poder en sí mismo es una maravillosa virtud. El poder es la facultad de concretar, sentir y aplicar lo que nuestra mente concibe. Parece ser que entre los hombres es difícil aplicar esta noble virtud sin infringir algún dolor a los semejantes. En el universo político sospechamos que el poder mutila la inocencia. Esto no quiere decir entonces que no actuemos, todo lo contrario, hay batallas que la humanidad está llamada a librar. Nadie puede esconderse del destino, nadie puede bajarse del planeta que gira y gira sin parar en su carrera por escapar de la noche que lo persigue. Sólo decimos que los victoriosos cargan con una responsabilidad mayor que cualquier otra fracción partidaria. Los triunfantes deben poseer humildad y solidaridad edificante. Los derrotados deben poseer hidalguía para reconocer la virtud de los ganadores. Pero si queremos una comunidad pujante y justa, todos debemos trabajar en conjunto y mancomunadamente. Debemos ostentar el poder sin caer en autoritarismos ni en la suicida soberbia. Recordemos que llegará muy pronto el día en que el creador dé unas cariñosas palmadas en el cielo y diga: “¡El juego terminó, rey, arfil y peón van a parar al mismo cajón”!... Entonces, será esto el preludio de una nueva partida de ajedrez en otro tiempo y espacio; pero, seguro seguiremos jugando en el infinito tablero del dichoso cosmos de DIOS. Vamos al cuarto oscuro llevando en nuestro corazón un collar de pura esperanza. Mañana será un gran día, si aprendemos a valorar cada segundo del presente. El que triunfa no gana tanto. El que pierde no es derrotado…Sólo es un instante, un aprendizaje impactante de la cualidades que tenemos que agudizar. Siempre seremos útiles en el rincón en que el destino nos vaya a colocar. Desde ahí, desde ese rinconcito modesto, disfrutaremos todas las bondades que el señor en su gloria nos brindó…

 Máximo Luppino

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