Mil violines nostálgicos entonaron acordes de paz junto al bramido indómitos de bombos legüeros que prometían a Don Sixto no silenciarse jamás; el monte santiagueño se estremeció profundamente, su hijo pródigo estaba abrazando alturas celestiales de magníficas chacareras.
A DIOS gracias, existen hombres que abrazan con tanto amor una causa noble que ellos mismos se transforman en sinónimos vivo de sus propios ideales, este es el caso del inmortal Sixto Palavecino. Nos cantaba en el idioma de sus mayores, recitaba verdades con “el hablar del valle”, el quichua era, es y será para Don Sixto su primera lengua del corazón. La savia poética santiagueña corría inspiradoramente por las venas de Sixto Palavecino; en su genuino arte alejado de toda banalidad nos recordaba con sencillas coplas dónde está en camino de nuestra identidad argentina. Su dulce voz tiene la inequívoca calidez de su provincia que nunca dejo de ser cuna de la auténtica cultura nacional.
Don Sixto nació en el departamento de Salavina un 31 de marzo de 1915, y parece que los duendes del monte habitaron gustosos en el violín alegre que desgranaba música con aromas de quebrachos criollos. Cuando visitaba Buenos Aires lo hacía trayendo su querencia en sus pupilas cansadas llenas de sabiduría ancestral de los hijos del sol. El profesor Lisandro Amarilla diría que el violín sachero de don Sixto es “El violín de DIOS”… Compartió su talento con Mercedes sosa, León Gieco, Pablo milanés, Milton Nascimento entre otros y por supuesto con la mítica familia Carabajal con la cual compartían un mismo verbo en el sentir. Don Sixto tradujo nuestro himno nacional y el mismísimo Martín Fierro al quichua como ofrenda de unidad inequívoca en el altar de nuestra cultura nacional con proyección ilimitada de arte sin igual. Ahora, el hijo de la tierra voló hacia los cielos infinitos, siempre lo encontraremos alegre, valiente, íntegro, junto a su violín sachero…
Máximo S. Luppino
Publicado en Diario La Hoja y en SMnoticias.com
 
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