Las gotas de agua encuentran su lugar en la copiosa lluvia que desciende sobre los campos sedientos. Las hojas verdes están gozosas de ser parte del frondoso árbol, donde encuentran su motivo de ser. La fortaleza de una cadena está limitada por la fragilidad de su eslabón más débil. Todos somos parte activa y dinámica de un “equipo”, como  si fuéramos ladrillos de un maravilloso edificio social.
El hecho es que cada ser es único e irrepetible, pero a la vez estamos en una estrecha relación de interdependencia con nuestros hermanos y la creación toda. La falla o ruptura de un solo eslabón altera el funcionamiento de la cadena, ¡no debemos fallar!, de nuestra destreza depende una específica cadena para  seguir funcionando. El sentido de la responsabilidad y del deber debe ser desarrollado al punto tal que podamos comprender que nuestras decisiones repercuten directamente en nuestro rededor y, que con nuestros pensamientos, construimos las situaciones en las cuales vamos a actuar en el futuro.
Los hombres no estamos aislados unos de otros, nuestra íntima relación con la humanidad es mucho más estrecha de lo que a simple vista creemos. En el lugar que la vida nos haya colocado, de seguro debe ser el mejor para superar nuestras dificultades y continuar nuestra gloriosa marcha hacia la eternidad. Las “partes” abandonan su parcialidad cuando comienzan a proyectarse interesadas en el bien y desarrollo del todo, esto es abandonar el limitante egoísmo que oprime nuestro vuelo hacia la belleza. Ser bueno no es ser inquisidor, ser correcto es ser tolerante, la paciencia es una virtud ineludible. El limitado anillo al sujetarse a sus pares eslabones conforma la vigorosa cadena, las partes asociadas dejan de ser un poco para,  confiadamente, convertirse en un elemento mucho más poderoso.  En el cósmico juego de vivir acariciemos  ser el eslabón más servicial, para lograr la felicidad de nuestra cadena.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
 
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