Un tsunami de apariencia figurativa pretende arrasar nuestros valores y tradiciones.
Los estandartes fueron disimulados tras los gigantismos publicitarios, las campañas épicas de colosales ejércitos cedieron paso a la tenaz disputa de la gimnasia capilar para enfrentar, a brazo partido,… ¡la calvicie!
Los escudos de familia y los árboles genealógicos son arteramente sustituidos por las indumentarias de “marcas reconocidas”.
La cínica moda, madre de la sin razón, trata de desplazar a los nobles y elevados talentos forjados luego de muchas jornadas de disciplina y tenacidad.
El “día del amigo”, del “enamorado” y “la semana de la dulzura” tienen más prensa que la conmemoración de nuestra soberanía y el estar, cara a cara, con nuestras tradiciones, cuna de nuestra identidad.
El ser y el parecer se confundieron tras unos lentes ahumados. Pero tras los cristales asoman las miradas cálidas del hombre que busca su destino, que desea ser parte de una epopeya, que quiere brindarse generoso y estoico al combate de ser quien escriba la historia.
En esos barrios humildes de calles de tierra, en los pueblos rurales de todas nuestras provincias, en los hogares del pan caliente y el murmullo de familia; ahí, precisamente ahí, la simiente de una gloriosa nación se construye día a día.
Entonces cobramos conciencia de que la historia no ha muerto y que DIOS sonríe ante cada esfuerzo genuino; sabemos que la verdad se manifiesta con abrumadora sencillez, en fin, es VERDAD más allá del ropaje que la reviste.
El contenido del corazón desborda todo recipiente por grande que parezca ya que la bondad es infinita en su esencia.
Máximo S. Luppin
 
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