Los tilos de la plaza del pueblo cantan canciones de perfume y sombra, de flor y poesía con presencias mágicas de libertad siempre presentes. La frescura de sus frondosas copas cobija pájaros y color junto a risas de profunda nostalgia de relatos pueblerinos de pasadas fundacionales epopeyas.
Cuando la tarde llega, el campanario de la iglesia repiquetea celestes clamores invocando a los cielos la presencia de los ángeles protectores Los tilos parecen inclinarse levemente en devocional saludo a las huestes celestiales que una vez más manifiestan constructora energía. Más que árboles, verdaderos talismanes de salud y armonía.
Los tilos sonríen cuando los niños juegan bulliciosos entre sus generosas hojas, mientras las ramas se curvan como abrazando a los chicos en un silencioso susurro de amor bienhechor. Es que los tilos sienten fluir amor entre su verde oculto continente de añejos secretos…
¡Aleja, hombre profano, la cruel hacha de la indiferencia, arroja muy lejos el citadino ruido y, rosario en mano, eleva una oración al glorioso altísimo bajo el templo carismático de las sombras de los hermosos tilos de la plaza de Las Flores. El campesino sentir guarda respeto y gratitud a este revitalizador aire fresco que regala descanso al caminante.
En una comunión de almas, el pueblo confiesa sus sentires a los magnánimos tilos que acompañan las tardes de recuerdos con sonrisas de criolla nobleza. El tiempo repiquetea angustias y frustración si el “Orden Natural” es desoído. Aquieta la mente, respira rítmicamente y mide la distancia desde la verde perspectiva de los sabios tilos de la plaza. Aroma embriagador de árboles y capullos que provocan bonanza cósmica de distantes estrellas. Mientras las calles de la ciudad están atestadas de vehículos hambrientos de deseos, nosotros reposamos apacibles y taciturnos bajo los tilos inmensos e infinitos del pueblo que tanto quiero…
Cuando la tarde llega, el campanario de la iglesia repiquetea celestes clamores invocando a los cielos la presencia de los ángeles protectores Los tilos parecen inclinarse levemente en devocional saludo a las huestes celestiales que una vez más manifiestan constructora energía. Más que árboles, verdaderos talismanes de salud y armonía.
Los tilos sonríen cuando los niños juegan bulliciosos entre sus generosas hojas, mientras las ramas se curvan como abrazando a los chicos en un silencioso susurro de amor bienhechor. Es que los tilos sienten fluir amor entre su verde oculto continente de añejos secretos…
¡Aleja, hombre profano, la cruel hacha de la indiferencia, arroja muy lejos el citadino ruido y, rosario en mano, eleva una oración al glorioso altísimo bajo el templo carismático de las sombras de los hermosos tilos de la plaza de Las Flores. El campesino sentir guarda respeto y gratitud a este revitalizador aire fresco que regala descanso al caminante.
En una comunión de almas, el pueblo confiesa sus sentires a los magnánimos tilos que acompañan las tardes de recuerdos con sonrisas de criolla nobleza. El tiempo repiquetea angustias y frustración si el “Orden Natural” es desoído. Aquieta la mente, respira rítmicamente y mide la distancia desde la verde perspectiva de los sabios tilos de la plaza. Aroma embriagador de árboles y capullos que provocan bonanza cósmica de distantes estrellas. Mientras las calles de la ciudad están atestadas de vehículos hambrientos de deseos, nosotros reposamos apacibles y taciturnos bajo los tilos inmensos e infinitos del pueblo que tanto quiero…
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja.
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