La fotografía de un episodio intenta capturar un instante de vida con su torbellino de emociones y pensamientos que rebalsan el estrecho continente de las siluetas estáticas graficadas. Son los retratos un testimonio de impotencia, las fotos siempre desean inmortalizar un momento y detrás de la captura del fugaz episodio existe una declaración sublime de rebeldía contra el tiempo tirano que nos empuja hacia el mañana desconocido.
Pero esas viejas fotos del ayer con su nostalgia a cuestas, hoy parecen tener otro mensaje, otro significado, como si fuera otra jugarreta del tiempo que también moldea nuestros pareceres y forma nuevos criterios. El otoño también alcanza a las fotos y un matiz amarillo sosegado va coloreando los gastados contornos de las viejas fotos que, como la vida del hombre, con el transcurrir de los años se tornan más valiosas y más queridas.
Debemos saber contemplar las fotos ya que parecen sugerirnos distintas impresiones cuanto más las observamos hasta que, en algunas ocasiones, quedamos sumergidos en aquel poderoso sentimiento oriundo que se desplomó rígido y solemne en el ilustrado papel. Cual un libro sagrado personal recurrimos a las fotos buscando revivir capítulos pasados que no queremos jamás olvidar, entonces combatimos al olvido y acudimos a la memoria del corazón que rescata la eternidad de cada instante por más fugaz que nos parezca. Las fotos guardan esas canciones que el alma nos tarareo para que podamos encontrar nuestro camino.
La vida se expande dentro y fuera de los caprichosos continentes que el hombre establece, ya que la conciencia no conoce de fronteras ni de límites. Cuando la cámara de fotos se acciona, los duendes del recuerdo se lanzan a reír anticipadamente viendo a los hombres atesorar su inmensidad en el rectángulo mágico de las nuevas fotos. Más allá de las fotos el director cósmico continúa editando infinitos diferentes fotogramas.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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