Ocuparse sólo de las apetencias del cuerpo y sus inferiores emociones es una actividad por demás tosca y rudimentaria, casi primitiva. Contemplar la grandiosidad de la creación y percibir que nuestra vida está indisolublemente enlazada a la de los “demás” en un grado insospechado aún por nosotros mismos, es un sentimiento sutil. Lo tosco tiene que ver con los apetitos y las sensaciones. Lo sutil se manifiesta en las esferas del altruismo y los ideales de servicio. El fanatismo es tosquedad en acción. El pensamiento creador es sutileza en acción. Con la intencionalidad que encierra cada suspiro nuestro estamos optando por uno de estos dos senderos. Sembrar rencor equivale a cosechar un aluvión de sufrimientos. Lanzar desinteresadamente bondad al viento es preparar el alma para grandes eventos.
Es correcto recordar que lo tosco y lo sutil no se presentan necesariamente como factores contrapuestos y enfrentados. Mejor es saber que los hombres siempre nos movemos desde lo tosco hacia lo sutil, este es el mandato de la evolución, premisa suprema, que la vida encomendó al tiempo en la intrincada trama de la humanidad. Cuando elegimos ruido en vez de música o reyertas díscolas con nuestros semejantes en vez de armonía quedamos insatisfechos con nosotros mismos. Lo superior nos llama con clamor a su reino de luz y libertad. Dejar de lado los berrinches de la personalidad para sumergirnos en los misterios del cosmos es un reclamo de la alta filosofía. Si vivimos los episodios políticos de una nación como una imposición brusca de unos sobre otros, nos está, sin dudas faltando una observación más delicada de las causas y efectos históricos que desencadenaron tal o cual episodio. Lo sutil trasciende lo tosco. ¿Acaso el noble sentimiento maternal hacia un querido hijo no encierra muchísima más fuerza que un garrote revoleado por un bruto? Las sórdidas órdenes son toscas. La persuasión es sutil…
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
 
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