Canta el lago Traful mientras sus frías aguas acarician las esféricas rocas de las escabrosas playas solitarias. Es un murmullo patagónico que habla de libertad y reflexión; se asemeja a un recitado de ancestrales letanías que gesta una insondable aurora de luz infinita. Los vientos gélidos acuñan sueños cálidos cargados de indecible compasión. Es el sur argentino que debate su destino de gloria entre estupendos macizos de sensible candor. Las áridas mesetas son una planicie desplegada con total austero desenfado. Entonces, cuando el atardecer anuncia el ocaso del día, la soledad se torna más silenciosa que nunca, opacando el mundo corpóreo. La profunda noche azul establece la vigencia del hemisferio de las ideas claras cargadas de esperanzas dichosas. En el sur más austral, nuestra Patagonia se erige como la futura cuna de la humanidad, como la nueva tierra prometida, como un pequeño terruño de DIOS. Lengas, coihues, maitenes, cipreses y araucarias oxigenan con verde fulgor las horas de profunda meditación.
Muy lejos quedaron las pueriles rencillas domésticas. Atrás, casi sepultado por completo se encuentra el hombre sanguíneo e insensato, capaz de pelear irresponsablemente todas las batallas. Hoy, la selección de los momentos son materia de fino discernimiento; cada palabra es balanceada cuidadosamente en el laboratorio interior que estudia las consecuencias de nuestras determinaciones. Ya no sabemos quién es bueno o malo, ya perdimos el ansia de censurar. Sólo nos interesa ser útiles y serviciales, comprender que aprendiendo a cumplir nuestro deber de no obstaculizar es como avanzamos. Miramos una vez más el lago Traful y sus aguas reflejan un millón de rostros viejos y cansados. Observamos su respetada mansedumbre y pocas cosas importan… El momento se agiganta, los instantes parecen nuevos universos de verdades a punto de ser reveladas. Es nuestra Patagonia que sonríe y espera su tiempo de fulgor entre lengas y coihues.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
 
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