La árida desolación inerte es el destino obligado de los que practican la indiferencia social y la haraganicie.
El trabajo dignifica, nos disciplina y libera los talentos que reposan en nuestro interior esperando el momento de emerger para constituirse en parte del divino plan.
Sabias sentencias hindúes milenarias nos dicen que: “¡La acción es superior a la inacción!” Y lo simple de aceptar, en ocasiones, se nos torna difícil de concretar en su sentido más profundo de libertad e inspiración.
La acción por sí misma guarda en sus entrañas el susurro maravilloso del CREADOR, que nos impele a actuar y a manifestar una infinitesimal fracción de su insondable energía.
El sedentarismo del corazón atrofia nuestra ilimitada facultad de amar y expandirnos, marchitando las flores de nuestro jardín interior.
La vocación de solidaridad y servicio despierta nuestro genio creador que se encuentra adormecido por nuestro egoísmo.
El camino siempre es hacia adelante. La luz está en todos lados, hasta en los rincones más remotos de rancia pereza; desde allí, desde ese rinconcito, crecerá hasta ser luz inmaculada.
La acción es sublime ya que cuando emprendemos un desafío reconocemos el llamado de DIOS que inspira armonía.
No nos abandonemos al letargo o a las sugerencias sórdidas y vanas de “ceder la plaza”…Ahí mismo, en el centro de la plaza de armas, reina la conciencia y, elevada en el mástil de la mente, flamea victoriosa la bandera del alma invencible.
Máximo S. Luppino
0 comentarios:
Publicar un comentario