miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 EDAD FÍSICA, EDAD MENTAL


Los años acumulados nos hablan de una edad concreta y específica en términos históricos. Esta edad es la que marca el rígido almanaque de días transcurridos con una sucesión de episodios en los que fuimos más o menos protagonistas. Podríamos también llamar a este ciclo como edad material. Pero mucho más sutil y profundo es nuestra edad psicológica, que está enmarcada por nuestra capacidad creativa, por nuestro entusiasmo en el vivir. Es esta nuestra edad real, nuestro tiempo no perecedero, es nuestra edad mental.
Así es que nuestra edad física es inevitable y solemne, como una foto con poca expresión en sí misma. Quedar cautivos de los designios lapidarios de los cíclicos relojes de indiferente cronología histórica, es como estar dormidos en el homenaje sublime a la vida de todos los amaneceres.

La edad de nuestro corazón es la que refleja la dicha del alma. Aquí sí el hombre gigante y eterno se revela indómito ante la cárcel de la carne. La voluntad de trascender, la sonrisa dichosa, fruto de conciencia, despierta en el milagro infinito de los segundos cargados de energía cósmica, es en sí una usina anímica que nos conduce a superar las obsoletas barreras de los historiadores mediocres.
Somos lo que sentimos que somos. Vivimos lo que pensamos vivir. Sufrimos por los designios propios de nuestra ignorancia espiritual.

Pero el pregón de la lucha siempre vuelve a sonar llamándonos al combate milenario que los hombres debemos librar contra la muerte cruel. Los cementerios poblados de blancas lápidas de inexpresivo mármol o los nichos amontonados en sórdido orden, son estímulos que poseemos para reconocer la vida mágica más allá de la fábula despiadada de una muerte mentirosa. 

Nuestros muertos están presentes en nuestros recuerdos y frecuentemente pasean a nuestro lado  sin nosotros saberlo. En ocasiones lloran con nuestro propio llanto, pero siempre, siempre, ríen con nuestras auténticas alegrías. Si deseamos poseer una saludable edad mental debemos cuidar la flor de nuestras ideas. Es en el mundo del pensamiento donde radica nuestro pasaporte a la gloria sin fin. 

Muchas veces nuestro cuerpo enferma por ausencia de entusiasmo, por carencia de altruismo, por orfandad de creatividad. Muchas veces enfermamos para huir cobardemente de nosotros mismos.
Contemplar la aurora con su dicha de luz redentora que hace a los pájaros cantar y a las flores brotar es un buen comienzo para reconocernos a nosotros mismos presentes en toda la creación.

Dejemos de prestarle demasiada atención a los cronistas del apocalipsis, son sordos a los cantos de la vida. No demos crédito a los manuales de interminables enfermedades y dolencias. Todo lo superarás de cara al sol. Nosotros que nos permitimos sufrir, no nos otorgamos la dicha de ser felices. Siempre hay opciones, y todos los días volvemos a empezar para estar mejor a cada instante. El primer paso para la felicidad es proponernos ser dichosos; el segundo es compartir con los demás lo mejor que tenemos. Desear dar, más que recibir, es el orden adecuado.

El designio de los años es una ilusión. El imperio de los pensamientos es una realidad

Máximo Luppino

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