miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 EL BÚFALO Y LA RATA


Hemos visto a robustos búfalos de agua paseándose mansamente por orillas de tranquilas lagunas con sus más de 100 kilos a cuestas. Solemnes y orgullosos de su nítida estirpe de seres fuertes y nobles. Se encuentran búfalos domésticos, y están los salvajes no aferrados a ningún yugo humano. Los dóciles colaboran con el hombre en duras tareas de acarreo de pesados carros o surcando el suelo con cargadas rejas de arar. Daría la impresión de que comprenden que el servicio y la entrega al trabajo los liberará de invisibles ataduras que los sujetan a reinos de dolor y sufrimiento. Por sobre todas las cosas, cumplen su labor con singular entrega; es que el saberse poderosos lo induce a entregarse en cada instante, en todos los momentos. Los búfalos no toleran el resignar tareas por cansancio, hambre o sed, simplemente siguen avanzando por el camino clavando sus pezuñas con resuelto paso firme.

Todos sabemos que todo tiene una sublime razón de ser, en ese contexto de mirada profunda y divina no hay diferencias esenciales entre las diferentes manifestaciones de la sabia naturaleza. Toda la creación forma un ecosistema espiritual donde la fuerte cadena depende, para su subsistencia, del eslabón más frágil.  Así es que la ley de atracción y repulsión pierde su sentido esencial ante una contemplación cósmica que nos iguala ante la insondable divina mirada. Ahora sí, en el terrenal juego no impresionan a nadie los sueños de las lauchas que aspiran a ser ratas. En definitiva, ambos son roedores que se alimentan de desperdicios. En cambio, ese maravilloso graznido de guerra de las hermosas águilas seduce nuestros sueños de vuelo. Al igual que el rugido soberano del rey de la selva. Mientras los rastreros se encuentran trasladándose por los rincones sórdidos de los pasillos que creen que los conducen a la alacena del poder. Cuchichean mentiras, succionan entusiastamente calcetines, tiemblan temerosos ante la presencia de la verdad. ¡Y… bue, son ratas inmundas y ladinas! Desconocen el honor del búfalo que desafía la fatiga de las laboriosas jornadas o el rifle cobarde del cazador. Baleado y mal herido enviste decidido sobre sus profanos enemigos. Su naturaleza aguerrida no le permite morir de otra manera que no sea luchando; al igual que lo haría un valiente espartano, un solitario samurái, un legionario romano. Oh DIOS, te rogamos danos las fuerzas del búfalo para luchar sin cesar. Aléjanos de las especulaciones repugnantes de las ratas de albañal. En el fin de sus días, las ratas mueren observando el suelo abandonado por el cual deambularon. En cambio, el búfalo mira el arco iris, comprende sus colores, vuela al cielo de los valientes; no se arrodilló ante las dificultades. Sólo se inclinó ante su DIOS, que sospechamos desde el fondo de nuestro corazón es nuestro propio glorioso DIOS…

           Máximo Luppino

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