Un manto de silencio bendito envuelve nuestras almas, entonces florece una sonrisa en el jardín de la comprensión. Los días de errática conducta y pensamientos rebeldes ya pasaron, ahora una tolerante mesura tutela nuestras acciones. Y si bien nuestros errores siguen siendo cuantiosos, todo lo vivido está siendo observado por nosotros mismos desde otro mirador, desde un punto de vista flexible y tolerante. La magia diaria de despertar alegres y dichosos cada mañana nos da testimonio concreto de la corriente de luz sagrada que recorre el cuerpo de todo ser vivo.
El viejo místico camina pausadamente por las calles polvorientas de su querido pueblo, y mientras deambula solitario y meditabundo su corazón parece expandirse en un océano de pura benevolencia. Sus labios susurran una milenaria plegaria, oraciones robustecidas por millones de recitadores que con renovada fe volaron ya hacia el cielo infinito de la conciencia plena. Una y otra vez la plegaria es repetida, y con cada nueva entonación algo del dolor del mundo se mitiga. Una legión de recuerdos nos sujeta con dulces cadenas de nostalgias al pasado. Pero el ayer es una pequeña fracción del eterno hoy que debemos saber abordar con toda plenitud. Seguimos sintiendo la fuerza motivadora de plagarías que son lanzadas al mundo por mentes sanas de corazones buenos. No podemos menos que sumarnos humildemente a estas cadenas de oraciones que redimen nuestra condición de seres libres. El coro es silencioso y mesurado, pero de incansable persistencia.
De tanto en tanto el tintinear de dulces campanillas de plata convoca a etéricos visitantes a sumarse a la celestial misión. La magia navideña está siempre presente, es cuestión de recordar que la vida en sí es el supremo milagro. Entonces la gratitud de existir, sentir y vivir desborda nuestra atención. Nos quedamos callados, silenciosos contemplando el cielo profundo, lleno de estrellas de conciente luz…
El viejo místico camina pausadamente por las calles polvorientas de su querido pueblo, y mientras deambula solitario y meditabundo su corazón parece expandirse en un océano de pura benevolencia. Sus labios susurran una milenaria plegaria, oraciones robustecidas por millones de recitadores que con renovada fe volaron ya hacia el cielo infinito de la conciencia plena. Una y otra vez la plegaria es repetida, y con cada nueva entonación algo del dolor del mundo se mitiga. Una legión de recuerdos nos sujeta con dulces cadenas de nostalgias al pasado. Pero el ayer es una pequeña fracción del eterno hoy que debemos saber abordar con toda plenitud. Seguimos sintiendo la fuerza motivadora de plagarías que son lanzadas al mundo por mentes sanas de corazones buenos. No podemos menos que sumarnos humildemente a estas cadenas de oraciones que redimen nuestra condición de seres libres. El coro es silencioso y mesurado, pero de incansable persistencia.
De tanto en tanto el tintinear de dulces campanillas de plata convoca a etéricos visitantes a sumarse a la celestial misión. La magia navideña está siempre presente, es cuestión de recordar que la vida en sí es el supremo milagro. Entonces la gratitud de existir, sentir y vivir desborda nuestra atención. Nos quedamos callados, silenciosos contemplando el cielo profundo, lleno de estrellas de conciente luz…
Máximo S. Luppino
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