miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 LA HONRA Y EL BUEN NOMBRE


La acción política y la difamación artera van de la mano. La descalificación como método constante de socavar el pensamiento, opinión y trayectoria de los contrincantes es moneda corriente. Todos son discutidos, algunos más, otros muchos menos. Grandes estadistas fueron reconocidos en su total envergadura de gigantes del pensamiento luego de su desaparición física.

 Así mismo, desde Rosas a Sarmiento, de Irigoyen a Perón todos fueron cuestionados con cierta crueldad en muchos momentos de su vida. En un renglón mucho más sutil debemos evocar con profunda penuria que la humanidad crucificó al Hijo de DIOS. Desde esa insondable altura de amor y paz toda difamación es posible hacia abajo. Como también debemos señalar que profundos malvados de la humanidad poseen un puñado de seguidores sin importar los crímenes y sufrimientos que propinaron a sus semejantes. En el orden de nuestra nación podemos citar a Videla o Masera; y en el dilatado concierto del planeta lamentamos observar que Hitler posee algunos ciegos seguidores que pretenden justificar lo injustificable. El repugnante concepto del “Punto final”… Las dictaduras latinoamericanas se emparentaban en algún punto con esta barbarie asesina.

Estas reflexiones son a raíz de escuchar a un joven político San migueleño que afirmaba que camina por las calles sin que nadie lo tilde de corrupto, ladrón o mal vecino. Lamento informarle que no he conocido ningún hombre público que no sea criticado con dureza, con o sin sentido; con verdad o mentira, con espíritu constructivo o con salvaje voracidad carroñera. Es uno de los precios que se pagan por transitar la vida pública con cierta notoriedad. La política y la “honra del buen nombre” no se llevan de la mano. La honra es un diamante conceptual de la conciencia privada de cada uno de nosotros. No se vende en los Shopping un poco de “buen nombre”. Y los “venerados en el norte son repudiados en el sur”. Miremos el caso del periodista Jorge Lanata; hoy es repudiado por muchos que  ayer lo admiraban, y viceversa. Muchos que en el pasado inmediato jamás leían ni por asomo una de sus columnas, hoy lo siguen frenéticamente. Es la condición humana finita, limitada e ignorante que nos lleva a tomar “partido” en un mundo de sensaciones vertiginosas de “pares de opuestos”. Bueno-Malo, Popular-gorila, clarín o pagina 12… Así es que si un hombre público no escuchó hablar mal de él, es sin lugar a dudas porque está sordo como una tapia; o lo que es muchísimos peor: niega la realidad y entonces ya de nada vale “¡la honra y el buen nombre!”…

En este contexto, son casi mariconeadas de afeminados psíquicos que salen a la calle creyendo que los demás lo ovacionan; en una de esas lo están puteando, y el distraído cree que lo aclaman las sumergidas masas sudorosas de una imprecisa localidad imaginativa de su monstruoso egocentrismo…

                                                  Máximo Luppino  

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