miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 EL ALJIBE DE LAS PALABRAS


La poética lengua castellana guarda un gran número de arabismos, aquellas palabras que encierran un concepto cultural de una de las civilizaciones fundacionales de nuestra evolucionante humanidad. Los árabes estuvieron presentes en España desde el año 711 al 1492, estos importantes 700 años de influencia enriquecieron el desde siempre dulce idioma de Cervantes. Las palabras guardan escondida, entre sus letras traviesas, una especial sonoridad que insinúa un significado mucho más profundo que el que se puede apreciar en la simple pronunciación. Por esto, muchos estudiosos y despiertos cantores han desarrollado una genuina ciencia de la adecuada pronunciación, de la correcta sonoridad de los términos pronunciados. Muchas palabras poseen un encanto especial. Su sonido lanzado al viento nos transporta a otro espacio, a otra experiencia de conciencia en expansión dichosa en el arcoíris de la espiritualidad humana. Aljibe, aljibe, ese lugar donde se acumula agua de la generosa lluvia que DIOS envía a sus hijos. Agua que promueve la vida, agua que se guarda para ser ofrecida al caminante cansado, sediento de paz y dicha.  Fluye dentro del aljibe esa luz líquida que calma nuestra vehemencia, que encausa nuestras fuerzas, que nos regala una perspectiva real e insospechada a la mirada del escéptico materialista. Seremos los hombres aljibes vivientes llenos de palabras de gentil inspiración. Coloquemos una respetuosa frontera a las subculturas de los mal hablados.
 La palabra es dicha vertida en sonidos. La palabra es vibración que ordena los átomos que nos circundan. La palabra es, sobre toda las cosas, magia creadora de momentos de comunión con la belleza suprema. Las palabras más férreas pronunciadas con dulzura orientan con sapiencia al buscador desorientado. La gentileza en la dicción estimula la concordia y el entendimiento. Lo dicho debe estar bien pronunciado, armónicamente expresado. No temamos agregar poesía a la cotidianidad de nuestros verbos de la vida diaria. Los perfumes son propios de las flores. El apacible hablar es propio de los hombres sutiles. Alejemos los gritos profanos de nuestras gargantas buenas. No lancemos sonidos discordantes al viento; recordemos que las brillantes estrellas del firmamento también se nutren del lenguaje de la humanidad. Siempre los susurros de aterciopelados versos son más atesorados que los gritos disonantes de los que desean ser escuchados a través de pendencieros modales. Insinuemos verdad en esas palabras tan gastadas por los insensatos que hoy necesitan ser refundadas con nueva pronunciación angelical. Revisemos nuestro vocabulario y acondicionemos nuestras palabras, descubramos  el sentido profundo de los distintos idiomas que, a pesar de sus diferencias, todos hablan desde el mismo aljibe inspirador de DIOS.
Con nuestras palabras afectamos a nuestras plantas, árboles y pájaros, amigos y casas, baldosas y  blancas rosas, todo lo compenetra la palabra. La palabra cura, estimula, reintegra luz por doquier. Ojalá podamos convertirnos en aljibes repletos de bondades para así ofrecer cosas buenas a nuestros hermanos. Hoy, cuando digamos: ¡Buenos días! Pronunciemos este ancestral saludo desde la completa sabiduría de que es hoy  un BUEN DÍA…Y si algo nos faltara de seguro lo obtendremos del infinito aljibe de vida que el gran hacedor nos ofrece.
                                                                    Máximo  Luppino  

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