miércoles, 26 de septiembre de 2012

0 ITALIA EN LA PIEL

Recordamos las frondosas higueras con sus ásperas e irritantes hojas. Las parras con sus ramilletes de frescas uvas que atrapaban los rayos del sol. Las infaltables plantas de tomates que eran cuidadas con devoción casi religiosa crecían al son de antiguas cansonetas. Toda la atmósfera de nuestra casa paterna era un pedazo de Italia en nuestra amada Argentina. La cultura era absorbida no por grandes libros, más bien se respiraba en cada instante un espíritu milenario que hoy lo sentimos en nuestro ser más vivo que nunca. Conceptos de trabajo y lucha eran el abecedario obligado que, ligado al “respeto a los mayores”, establecía un orden natural que jamás deseamos alterar. Crecimos con el principio de esperar poco de los gobiernos de turno, más bien cultivábamos el concepto de abrirnos camino por imperio de nuestras propias fuerzas y de nuestra perseverancia para vencer las dificultades. Se palpaba la obsesión irrenunciable de la casa propia levantada con las propias manos ladrillo por ladrillo. Un poco cada día. El soberano orgullo de construir más y más donde poco o nada había. Luego, sentarse un rato a ver cuánto se había avanzado desde el punto de partida. Que los hijos y nietos heredaran un futuro mejor que el de las generaciones pasadas. Estudiando, trabajando, respetando sus orígenes, jamás desconociendo de dónde venían, dignos de su pobreza oriunda y de la realidad de acuñar algunas monedas de gloria sobre la base del sacrificio. Ayer inmigrantes, hoy propietarios. Nuestro padre no volvió jamás a la Italia que lo vio nacer y que le regaló su gloria. En argentina, forjó su mundo hermanando la bandera tricolor con nuestra bendita azul y blanca. A estos laburantes les costaba pedir, nunca mendigar, antes padecer una digna hambruna, mientras soñaban y tramaban cómo iba a ser mejor el destino de sus descendientes. Fueron en su mayoría peronistas. Naturalmente, se sentían agradecidos con un estado que daba oportunidades de trabajar. Sabían que Perón los respetaba y esto estableció un lazo de gratitud que se heredó de familia en familia. Hoy, la nostalgia reclama su tiempo, pero es que no hay ausencias, más bien hay continuidad en el esfuerzo, en el culto a “Las cosas nuestras”. En el barrio en que crecimos se entremezclaban historias y vivencias con vecinos del interior de nuestra Argentina grande. Hombres de piel curtida, devotos también de sus tradiciones, en esa fusión de razas y familias crece la nación que estamos construyendo. Nosotros, contemplando la mesa puesta con nueces, aceitunas, almendras, pan casero y aceite de oliva, sentimos un pedazo de corazón sobre el floreado mantel…

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