Desde el fondo mismo de las cavernas más oscuras y lúgubres, alimentada por la propia frustración, nace la rencorosa envidia. Fenómeno difícil de explicar, ya que en ocasiones vemos a poderosos e inteligentes jóvenes, llenos de virtudes y dones, “envidiar” el modesto silencio de algún pobre viejo desvalido que sólo charla con el viento en el crepúsculo de su vida. Ni la más encumbrada posición social, ni las fortunas más ostentosas pueden mitigar este virus que ataca la paz del alma. Los hombres que padecen este flagelo psíquico están fuera de su eje de acción. Miran la vida de los demás en vez de construir su propia y digna historia.
DIOS nos ha dotado con infinidad de talentos que yacen dormidos en nuestro interior. El deseo de ser útiles a nuestra comunidad despierta nuestro potencial aletargado, en este hemisferio solidario jamás crece la malsana hiedra de la envidia. No existe cumbre que la humanidad no pueda alcanzar.
Todo logro que un hombre haya podido conquistar puede ser fácilmente adquirido por otra persona si así se lo propone. Existen frases esclarecedoras sobre esta terrible dolencia. Víctor Hugo afirma que “un envidioso es un ingrato que detesta la luz que le alumbra y lo calienta.” Para Khalil Gibran “el silencio del envidioso está lleno de ruidos”. El gran filosofo ingles Francis Bacón asevera que “la envidia es el gusano roedor del mérito y la gloria”. Por último, recordamos al singular Napoleón Bonaparte que rasgaba el éter sentenciando que “la envidia es una declaración de inferioridad”.
Si encontramos en alguna ocasión a algún hermano padecer esta tortuosa angustia debemos tomarlo de la mano y caminar juntos hacia la soberana patria de nuestras propias realizaciones y conquistas. “¡Querer es poder!”. Ningún tesoro está negado a la voluntad del hombre. Sólo resta que dejemos de balbucear tonterías y nos constituyamos en conquistadores de nuestra propia existencia…
DIOS nos ha dotado con infinidad de talentos que yacen dormidos en nuestro interior. El deseo de ser útiles a nuestra comunidad despierta nuestro potencial aletargado, en este hemisferio solidario jamás crece la malsana hiedra de la envidia. No existe cumbre que la humanidad no pueda alcanzar.
Todo logro que un hombre haya podido conquistar puede ser fácilmente adquirido por otra persona si así se lo propone. Existen frases esclarecedoras sobre esta terrible dolencia. Víctor Hugo afirma que “un envidioso es un ingrato que detesta la luz que le alumbra y lo calienta.” Para Khalil Gibran “el silencio del envidioso está lleno de ruidos”. El gran filosofo ingles Francis Bacón asevera que “la envidia es el gusano roedor del mérito y la gloria”. Por último, recordamos al singular Napoleón Bonaparte que rasgaba el éter sentenciando que “la envidia es una declaración de inferioridad”.
Si encontramos en alguna ocasión a algún hermano padecer esta tortuosa angustia debemos tomarlo de la mano y caminar juntos hacia la soberana patria de nuestras propias realizaciones y conquistas. “¡Querer es poder!”. Ningún tesoro está negado a la voluntad del hombre. Sólo resta que dejemos de balbucear tonterías y nos constituyamos en conquistadores de nuestra propia existencia…
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
0 comentarios:
Publicar un comentario