Los cantos de sirena del poder entonan sus mejores melodías, incautos oídos quedan embelesados por sus funestos compases. Así, el genio del “yo conduzco” se presenta en sociedad con sus terrenales atributos.
La batalla electoral marcó un horizonte, una instancia nueva que sellará rumbos a seguir, debemos estar esperanzados por los días venideros y ser protagonistas de las horas laboriosas que nos aguardan.
Las palabras de las urnas democráticas resonaron en todo el país, dejando perdedores y victoriosos, deprimidos y exaltados…Pero las heridas de los nobles soldados derrotados comienzan a cicatrizar; también los laureles de los ganadores deben ser cuidados con estoico esmero para que se puedan mantener brillantes y lozanos como en el momento primero.
Los hombres no somos títeres del destino, más bien somos alumnos de la formidable vida en constante evolución.
En tanto las anécdotas sin fin visitan entusiastas las prolongadas charlas de café, con la borra adherida a los pocillos blancos, se gestan quimeras por nacer, se amasan fortunas oníricas; se “condena y perdona” con la inocencia propia de los hombres buenos, de los que creen y sueñan, de los que votaron con el deseo de emerger; con las ansias de progreso intercalada entre las largas filas de votantes que esperaban para poder elegir a sus representantes en las puertas de las escuelas.
Las elecciones son el principio insustituible del régimen democrático, la comunidad debe sumar interés y participación activa en los asuntos públicos y cada votación debe ser vivida como una verdadera fiesta, con el júbilo propio que implica manifestar nuestra voluntad.
En algún lugar, un nuevo sueño se está forjando y sobre los años, que siempre pasan, llegarán otros rostros con nuevo ímpetu; con todas las ganas, con perspectivas más universales, con más luz en sus ojos para que el hombre pueda develar sus misterios más íntimos; mientras la rueda del destino continua girando…
Máximo S. Luppino.
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