El bien y el mal representan dos formidables ejércitos en cruel lucha por apoderarse del cristalino territorio de la conciencia. Los intereses profanos danzan sus rituales de egoísmo despiadado y tiránico, la compasión brilla por encima de toda miseria humana, clamando al hombre que se eleve por sobre sus limitaciones.
Los “vendedores de humo”, ilusionistas profanos, mienten sobre la mentira declarando falsedades, conferenciando desde el rencor. Cultores de la billetera subestiman la dignidad humana.
La política bien comprendida se resiste a ser mercantilizada y, desde la cultura del diálogo, teje acuerdos superiores bajo el manto protector de los ideales de servicio. Las compulsas deben evitarse haciendo oídos sordos al rebuznar obtuso de los asnos. La sociedad marcha en busca de mayor transparencia, por esto rechaza a los personeros de las sombras que, escondidos en ropajes de ovejas, son francamente hienas sedientas de poder.
No existen los enemigos, hay ocasionales rivales; el daño lanzado hacia otros no es otra cosa que un menoscabo hacia nosotros mismos, una mancha de tinta oscura en el luminoso ropaje celestial del verdadero ser. La comprensión de la verdad nos permite ejercer la paciencia y construir sin apuros ni pausas una circunstancia más adecuada para desarrollarnos. El poder de la billetera es demasiado efímero como para rendirle culto incondicional. La bondad es en sí misma el sendero supremo que nos conduce a DIOS. Debemos ser labriegos de pensamientos nobles, ya que cosecharemos el fruto de nuestra siembra. El único camino digno de ser seguido es el de la rectitud, ya que en él encontraremos los liberadores designios del corazón. Nadie compra las estrellas, ningún valor material encierra al viento libre, jamás una jarra de agua apagará la refulgencia suprema del sol. La billetera obstaculiza a la política, pero la inteligencia doblega a la tozudez.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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