El frío viento invernal hamaca rítmicamente las verdes cumbres de los altivos pinos soltando un aullido de lejanía ancestral. Recuerdos sin tiempo aprisionados en el hermético candor de mensajes aún no develados. Los hombres vivimos en un divino estado de paridad con nuestros hermanos. Cuando un individuo se autoerige en intérprete de los deseos de los demás está de algún modo falseando el orden natural del equilibrio de su comunidad.
El “exégeta del pueblo” posee una peligrosa combinación de ignorancia y soberbia, calificando sus criterios en díscolos conceptos para cualquier organización. Enamorados empedernidos de su propia causa se consideran principio y fin de todas las cosas, en una franca y familiar “alternancia” con el TODOPODEROSO se confunden los roles. Se los aprecia solventes y súper seguros de sí mismos, dominantes y autoritarios con las debilidades y dudas que nos acosan a nosotros que sólo somos “del montón”, piezas a sumar del rebaño que ELLOS están llamados a conducir.
Dilapidar el sentido común equivale a estar perdido dentro de nuestra propia casa. Carecer del tan preciado criterio de ubicación los lleva a interpretar con grandilocuentes palabras el canto del ruiseñor, el sutil tono del arcoíris, o la importancia del corcho en los envases de plástico…
No debemos trepar los acantilados de la vanidad, más allá de ellos se encuentra el profundo precipicio del egoísmo. Brindarnos con amor y sencillez a nuestra tarea diaria, con positiva actitud y profundo respeto a nuestros hermanos, es el único reaseguro de una vida equilibrada y bien vivida. El Dador de toda existencia nada nos exige… ¿Cómo nosotros tenemos la irreverencia de exigir a nuestros pares? Dejemos el sórdido sentir del exégeta atrás. Para ser sencillamente alfareros voluntariosos de nuestros íntimos momentos. Así poder regalar, desde el fondo de nuestro corazón, una profunda sonrisa de comprensión a la vida en constante expansión que nos sostiene y contiene.
El “exégeta del pueblo” posee una peligrosa combinación de ignorancia y soberbia, calificando sus criterios en díscolos conceptos para cualquier organización. Enamorados empedernidos de su propia causa se consideran principio y fin de todas las cosas, en una franca y familiar “alternancia” con el TODOPODEROSO se confunden los roles. Se los aprecia solventes y súper seguros de sí mismos, dominantes y autoritarios con las debilidades y dudas que nos acosan a nosotros que sólo somos “del montón”, piezas a sumar del rebaño que ELLOS están llamados a conducir.
Dilapidar el sentido común equivale a estar perdido dentro de nuestra propia casa. Carecer del tan preciado criterio de ubicación los lleva a interpretar con grandilocuentes palabras el canto del ruiseñor, el sutil tono del arcoíris, o la importancia del corcho en los envases de plástico…
No debemos trepar los acantilados de la vanidad, más allá de ellos se encuentra el profundo precipicio del egoísmo. Brindarnos con amor y sencillez a nuestra tarea diaria, con positiva actitud y profundo respeto a nuestros hermanos, es el único reaseguro de una vida equilibrada y bien vivida. El Dador de toda existencia nada nos exige… ¿Cómo nosotros tenemos la irreverencia de exigir a nuestros pares? Dejemos el sórdido sentir del exégeta atrás. Para ser sencillamente alfareros voluntariosos de nuestros íntimos momentos. Así poder regalar, desde el fondo de nuestro corazón, una profunda sonrisa de comprensión a la vida en constante expansión que nos sostiene y contiene.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja.
0 comentarios:
Publicar un comentario