Surcando el espacio, rugiendo velocidad, soberbio, flamante, gallardo e indiferente se viene el tren bala. Tecnología y confort de un ambiguo “primer mundo” que, en ocasiones, “las ganancias” lo condujo a olvidar la realidad y el sufrimiento del resto del planeta. África, India, América del Sur, fueron para los países poderosos “curiosidades turísticas” más que pueblos vigorosos en cultura y solidaridad.
Bienvenido “el salto a la modernidad” junto con las tan esperadas mejoras para los millones de argentinos que viajan incómodos y amontonados, día tras día, en los trenes urbanos para ir a trabajar. Malas privatizaciones en los 90 dejaron serias falencias que, aún hoy, no se han corregido; para los que viajan parados, sin ventanas en vagones deteriorados, el anuncio del tren bala les suena como un cuento de hadas recitado con candidez en medio de un campo de concentración.
También es verdad que en “un lugar deben originarse los cambios” y, si ese momento de transformación está signado por el “tren proyectil”, una vez más le reiteramos nuestra bienvenida. A pesar que no podemos dejar de imaginarnos viajando en la legendaria “porteña”, que también llega a nuestra criolla tierra proveniente del viejo mundo. La rebautizada porteña venía de Gran Bretaña y, la digna veterana de la guerra de Crimea, llegó para adoptar nuestro argentino sentir, hoy descansa en el museo de Luján bajo un manto de fe protegida por una legión de ángeles que sirven al Divino Plan.
Llegó el otoño y, a través de la ventana de un imaginario furgón, vemos las admiradas amarillas hojas de los árboles caer, van rumbo a la tierra madre que alimentó las raíces del árbol que las vio nacer, ahora el círculo se cierra como la historia nostálgica de La Porteña que entregará su legado de recuerdos al nuevo “tren bala”.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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