El 23 de febrero de 2002 las FARC secuestraron a INGRID BETANCOURT, candidata a la presidencia de Colombia; el tiempo cincela las opiniones ligeras hasta convertirlas en finos y sensibles pensamientos.
Los hombres que arrebatan la libertad de un semejante en pos de una ideología están condenando de antemano su propio credo al rango de: acciones deshumanizadas, por lo tanto despierta rechazo en los individuos libres ávidos de enamorarse de una causa justa.
¿Qué “argumento” puede respaldar un secuestro? ¡Ninguno! Y si BETANCOURT era “peligrosa” para alguien, ¿cuánto mejoró el mundo con su secuestro? En realidad se sumó barbarie y crueldad, mientras las FARC expone un rostro que no logrará conmover los sentimientos de humanidad de los pueblos del mundo, sólo nos muestra sus colmillos sedientos de violencia.
La brutalidad de un extremo no se combate desde el extremo contrario ya que ambos están alejados del centro donde reina plácidamente el equilibrio, gestor único de armonía.
A lo largo de estos seis años de cautiverio BETANCOURT se convirtió en un emblema que atrae solidaridad hacia ella y hacia todos los que están en situaciones similares, encarcelados por causa de sus creencias personales en cualquier punto del planeta y bajo el yugo de cualquier gobierno o fuerza política de indistinta ideología.
La aridez del dolor cesa cuando las aguas de la compasión inundan la conciencia del hombre; recién entonces apreciamos que un gesto cargado de amor perdura infinitamente más que el nefasto estruendo de la metralla.
Sabemos que más allá de Betancourt abundan un sin número de injusticias, absolutamente todas deben ser superadas. El punto de partida para la paz es desde nuestro propio corazón y la batalla central es dentro de nosotros mismos; entonces será fácil reflejar justicia y solidaridad.
Máximo S. Luppino
0 comentarios:
Publicar un comentario