Rumiando ideas, ensayando frases, escapando de la sepulcral noche, el humeante café matinal en el cheboli de la plaza nos espera; las tibias medialunas se aseñoran paseanderas en plateadas bandejas pintando aromas de nostalgias con anécdotas y fábulas capases de asombrar al mismísimo Julio Verne…
Junando la “muni”, “pispiando” la movida, arremolinando recuerdos con la cucharita sonora que canta añoranzas en su tintinear de barrio pobre con cada vuelta de pocillo. Los mozos se asemejan a angélicos monaguillos que tutelan los relatos sin tiempo de cada mítica mesa, somos clientes devotos de una “nueva religión urbana” que no queremos entregar las luminosas mañanas al cruel financiero mediodía con sus desalmados bancos.
Cada mesa, un universo con sus propias “singulares leyes”; de amigos que, discutiendo en un laberinto de palabras encimadas, descubren sus propios idiomas de hermanos de siempre. Concurso interminable de retruques, carrera de ingenio con motores preparados, carcajadas que limpian viejas lágrimas y dolores que se desprenden gracias a la calidez de estos heroicos atorrantes que le hacen gambetas al horario, amagando gatillar la cuenta, desenfundando lo menos posible…como parte de la última picardía, de la antesala de una generosidad que dejaron grabada en los arrugados manteles del viejo bar.
Caballeros sin armaduras, doctores de los callejones, arquitectos de todas las quimeras, deportistas ajenos al gimnasio, alquimistas de momentos muertos transmutándolos en horas de profunda fraternidad, expertos navegantes de mil conversaciones por los océanos de la vacilación. Política, religión y fútbol son cartas de un mismo irreverente mazo que se mezcla caprichosamente en un improvisado duelo de los señores del café. Mayúscula “terapia de grupo” donde todos son doctores, todos son pacientes, todos pecadores, todos sacerdotes…
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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