No conocemos el sendero hasta finalizar de transitarlo, siempre la senda elegida nos sorprende con parajes insospechados de magnífica belleza y sabiduría; a lo largo de la jornada de nuestra vida para avanzar en el sendero nos vemos obligados a aligerar nuestro pesado bagaje. Así es que apegos y rencores, celos e ignorancia van desapareciendo en la medida que aprendemos a vivir compartiendo. Nadie nos pertenece y a nadie pertenecemos, voluntarios y alegres brindamos los dictados del corazón cuando lo consideramos oportuno.
Nada debemos exigir a los demás ya que la generosa INTELIGENCIA VIVA, arquitecta del cosmos, que todo lo creó nada nos pide a cambio, solamente los vientos de nuestra consciencia nos sugieren que seamos felices. En la oscura noche la redonda luna acompaña al incansable viajero, mientras las estrellas distantes inconmovibles atavían el celestial paisaje librándonos del desaliento, impulsándonos siempre hacia la libertad. Perder y ganar absurdas relatividades de circunstanciales momentos, que bajo la luz de la suprema comprensión se esfuman como endebles pompas de jabón. Salgamos intrépidos al encuentro de la soledad, en el silencioso claustro de la soledad donde nuestra finitud cobra dimensiones insondables.
El ruido y el alboroto son enemigos del pensamiento profundo, por ende son diluyentes de nuestra consciencia, en la concentración serena las respuestas aparecen lentamente, los misterios se van develando y las certezas afloran como surgen los perfumes de la primavera apenas el alba lanza sus poderosos rayos de luz. Las manos abiertas, la mirada tierna y las sonrisas genuinas son regalos que estamos obligados a otorgar a nuestros hermanos. Rendir culto a la ley del perdón es tremendamente necesario, perdonando somos perdonados por nuestro propio implacable juez interior. Por fin, los ángeles nos darán la bienvenida en el azul divino del cielo infinito. Si piensas que esto es lírico o idílico, recuerda que la hora del suspiro final se acerca; es ahí donde las ilusiones reinan y el materialismo se desvanece.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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