Día soleado y ventoso en la Pampa argentina, campo de doma, palenques desnudos sólo bañados por el sudor valiente de ilustres redomones. A un costado la matera lista con todo su telúrico esplendor, el mate va y viene de mano en mano, de boca a boca, entrelazando historias a sonoros sorbos, en un tiempo de amistad compartida con guapeza y sublime entereza, en eso de andar todos por la misma huella de DIOS. Los jinetes trepan con decisión y respeto al lomo belicoso de aguerridos cimarrones; suena la campana, y un festival de corcovos y saltos con relinchos roncos a rebenque revoleado despiertan aplausos y admiración.
Los hilos de alambres parecen paralelas de vida en una línea de postes toscos y firmes que se pierden en el verde horizonte. Son alambrados lejanos que saben que no detienen al viento soberano ni a la esperanza criolla. La fiesta pueblerina continuaba su siempre renovada rutina, las carreras de cuadreras y sortijas arremolinaban nubes de polvo marrón que dibujaban trazos campestres en el aire. El monte de añosos eucaliptos cobijaba a numerosas familias alegres que en los brincos y juegos de sus hijos recreaban su propio tiempo de niñez. La criolla fiesta había traído varios contingentes turísticos, en micros y en vehículos particulares. Vaya a saber uno, cómo llegaron al pueblo un grupo de Emos con su mensaje a cuestas. Un comerciante del pueblo atinó a explicarles a la paisanada esto de, "tribus urbanas". ¿Tribus? ¿Cómo tribus? ¿Por qué hacen quedar mal a los honrados indios? ¿Por qué miran así?... ¡Capaz que no han comido nada todavía!... _ ¿Qué, estos chicos no tienen papás?... Al poco tiempo un remolino de cariño campero envolvió a los extravagantes visitantes, y no sé si es el “aire de campo” que todo lo cura, o los saludos de brazos curtidos en los corrales, o esas guitarras sureras que regalaban poesía; lo cierto es que el argentino sentir borro toda angustia y depresión…
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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