Desde ese rincón sagrado, donde los hombres nos encontramos con nuestros mejores recuerdos y con los sentimientos incontenibles del corazón…Desde ese íntimo lugar, surge la evocación al compañero Héctor Ponce que siempre está presente entre nosotros. El hombre de puños de roca, rostro adusto cual antigua esfinge castigada por vientos y lluvias, no podía dejar de ser bueno y protector fiero de sus afectos. Lo conocimos en medio de pujas y enfrentamientos con su afán de batallar frontalmente, directo al punto, corto y conciso, leal y fiel más allá de todo cuestionamiento, la traición era para Erasmo el verdadero pecado capital…Si otra vida asoma en el infinito horizonte de nuestras expectativas, la gente de Martín Fierro se sentiría honrada de batallar nuevamente junto a vos, ¡querido Héctor! … Cuidaste de nosotros como un león cuida de su manada, poco pediste, y demasiado entregaste, ¿será esta la impronta de los héroes anónimos?, de los hombres de una sola palabra, de una enorme entereza, los que se tutean con los golpes y aprietan los dientes ante las dificultades, sin llorar jamás, por más que esté de moda; vos te forjaste con otros códigos más nobles, las pautas Peronistas viriles de otros tiempos…
Fue un viernes que luego de trabajar y sin quejarse de los dolores de la muerte, se puso un poco triste y nostálgico, entonces DIOS lo llamó a su lado, dejándonos a todos un tanto huérfanos de amistad…¡El último guapo había partido!... Y con ÉL partió algo de nosotros que sólo recuperaremos cuando lo volvamos a abrazar con el calor insondable de la auténtica amistad.
Jamás pedimos revancha, la vida es ganar y perder para así siempre poder avanzar. En el caso de Héctor Ponce los días por venir están repletos de gloria y reconocimiento, ya que es correcto que la cosecha sea recogida; por más que Erasmo se empeñe en seguir sembrando valentía constantemente.
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja.
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