Desde pequeño la vi, danzarina y alegre, agitarse en la cima de los techos de chapa de mi querido humilde barrio; en ese entonces no comprendía la emoción que los mayores mostraban cuando la apreciaban flamear…
Luego, en el colegio, rozando el hombro del compañero de adelante, entre chistes y gritos, tomando distancia en la formación, la encontré formal y protectora ondeando en el mástil del patio de la escuela; ya comencé a presentir la gloria que guardaban sus sagrados celestes pliegos… El infatigable ciclo de la vida continuó inexorable su marcha infinita. Mientras las hojas del tiempo se desplomaban pesadas y lentas, la nostalgia del ayer dejaba paso a los días nuevos con largas jornada a conquistar. Una vez más elevé la mirada y la encontré inmutable y solemne, llena de vida y pasión, eran mis años jóvenes que reflejaban en ella mi imprudente orgullo…
Festejé como nunca verla inmaculada y pura en Puerto Argentino…Lloré la guerra, me angustió la sangre derramada, el fuego de metralla no pudo acallar su canto de amor y, por ella, los héroes murieron…Los hombres, con su generoso sacrificio, logran santificar eternamente un trozo de tela blanca y celeste para llamarla por siempre… ¡NUESTRA BANDERA!...
Una avalancha de años hicieron más prudente nuestro caminar y la pasión dejó su agitado lugar a la reflexión serena. Además de compañeros y vecinos, próceres y mártires, soldados y obreros, estudiantes y deportistas, en las entrañas de mi bandera percibí parte de la gloria de Dios escondida tras los rostros sonrientes y buenos de la gente de mi pueblo.
Nuestra bandera hoy les pide paz y concordia a sus hijos, desterrar la “suicida creencia” del conflicto permanente…Si todos nos miramos con desprejuiciada mirada las dificultades se superarán y, en el mástil más alto, nuestra bandera cantará
Máximo S. Luppino
Publicado en el DIARIO LA Hoja
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